La
letra EÑE
La alteza de La ciudad innombrable
viajaba de incógnito en su palanquín, protegida por seis guardas, atravesaba
las tierras castellanas con una difícil misión que cumplir. Y esta era oculta. Las
órdenes del Consejo eran tajantes y las había
de seguir a rajatabla.
Había llegado de su lejano
país hasta el puerto de Barcelona tras un largo viaje por mar desde su ínsula
oriental.
Ahora habría de convencer al
custodio de la nueva lengua de San Millán de que siguiera la ortografía a la
antigua usanza y de que abandonara las abreviaturas de las nuevas formas. Si no
se avenía, habría de enmudecer. El secreto no podía ser desvelado jamás.
La letra eñe había de ser de
ellos, no se la apropiaría jamás el romance castellano. Si era preciso la
robaría y la haría desaparecer de su cuna. Les era bien precisa para el futuro.
Múltiples razones avalaban tan importante decisión: los leñadores la
necesitaban pues la campiña de su reino estaba llena de árboles añosos y cañas
que talar. Los hogares no tendrían leña con la que arder. Las cañadas tendrían
que desaparecer de los mapas. Las campanas no conseguirían tañer ni las
cigüeñas hibernar, las madres se verían incapaces de mostrar su cariño a sus
niños, así como a sus compañeros. Las fuentes no tendrían caños por los que
manar. Los años no se añadirían y los empeños no podrían prosperar. Las
personas ñoñas habrían de emigrar, los dueños desaparecerían y las añoranzas no
se lograrían expresar. No, no deseaban tampoco quedarse sin pestañas.
La letra eñe les atañía más
que a ningún otro pueblo porque… ¿Qué pasaría
con sus sueños?
Una población sin la fortuna
de soñar se torna infeliz, sombría y desdichada.
Todavía una esperanza
Mi
nombre es Teresa, e inicio hoy el camino. Mi tocaya lo hizo cuatro siglos antes
que yo, una adelantada a su época, una iluminada para algunos, según rezarían
sus posteriores biografías. Sintió la llamada, y se lanzó. Sí ya sé que en mi
caso no es lo mismo, ni siquiera sé si soy creyente y soy de hecho una mujer
de pleno siglo XX. Ella viajó constantemente por esta Castilla nuestra fundando
conventos y dedicándose a la oración y a la escritura. Yo ni siquiera escribo,
compartimos la afición por la lectura, la meditación -aunque la mía sea
budista- y la pasión noventayochista –en mi caso- por nuestra alma castellana.
Me
lanzo a la vía con los zapatos bien atados a seguir aprendiendo y a recorrer un
bagaje cultural de siglos, que los hombres y mujeres de esta tierra dejaron
para mí. No quiero el martirio, ni ganarme el cielo, solo intento comprender el
porqué de las cosas. Mi trayecto seguirá parte de las huellas de su vida:
Ávila, Toledo, Alcalá de Henares, Medina del campo, Segovia, Valladolid y finalmente,
morirá en Salamanca. Una de las ventajas de ser mayor, jubilada y con posibles es que puedes permitirte hacer lo que te venga en gana. Mis hijos están
conformes y mis obligaciones, aparcadas.
Los
monasterios de la ruta serán mis lugares de meditación, parada y descanso.
Confío en la sabiduría de las piedras para alcanzar la paz tan ansiada. Sí,
alejarme del mundanal ruido y adentrarme en los secretos del conocimiento y la
vida retirada. Mis compañeros de viaje, los mismos que me han acompañado a lo
largo de toda mi vida: los libros en lengua castellana.
Posadas en el Camino
La Fundación Camino de la Lengua Castellana pone en conocimiento
de todos los amantes de las letras, el establecimiento de una red de posadas
para literatos, jalonada a lo largo de esta ruta turístico-cultural.
Su único objetivo es facilitar al escritor las comodidades
necesarias tras un largo e intenso viaje; así como proporcionarle las
condiciones mínimas necesarias para estimular su creatividad literaria.
Requisitos de acceso:
-Ser escritor o aficionado al ilustre oficio.
-Poseer afán de ávido lector y conocimiento de las grandes obras
de la literatura castellana.
-Ser un amante de las palabras.
-Presentar a su llegada, una mochila repleta de ilusión,
entusiasmo y fantasía; lápices bien afilados y montones de cuadernos de páginas
en blanco.
Nuestros lugares disponen de:
-Ambiente y atmósfera colmados de bellas palabras olvidadas, que
se deben recuperar.
-Espacios habitados por las Musas.
-Jardines mágicos, recorridos por seres extraordinarios y bañados
por fuentes que murmuran leyendas.
-Paredes, que guardan entre sus piedras secretos e historias de
antaño. Únicamente hay que saber escucharlos.
Los escritores, clientes de dichas posadas, se comprometen a
abandonarlas una vez concluida su obra, haciendo constar en la primera página
de la misma, el lugar donde vio la luz su creación literaria.
El Patronato de la Fundación
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