lunes, 11 de junio de 2012

Pequeña flor





Nació en medio del ajetreo de la gran ciudad. Fue el  gran sueño de su madre: que su hija prosperara y conociera el mundo,  ya que ella no había podido moverse del campo. Se lo pidió al viento y este derramó las pequeñas semillas muy lejos.
Esperanza  se crió alejada de familiares y amigos, pero cerca de la especie más inteligente. Fue autodidacta y aprendió las palabras que oía en la calle,  aunque no tenía voz. Descifró el código que usaban los humanos, así pudo leer los versos que resbalaban de los bolsillos de los transeúntes e incluso de algún libro que alguien olvidaba.
Cada mañana, orgullosa y erguida, estaba atenta a lo que sucedía a su alrededor. Y cada vez le gustaba menos lo que vivía. La gente pasaba cabizbaja,  ensimismada en sus problemas, algunos protestaban, los comercios cerraban sus puertas y otros eran desalojados de sus viviendas. Demasiada desdicha a su alrededor.
Ya no era feliz, pensaba que se había roto la empatía y decidió regresar a su lugar de origen. Si tanta sabiduría como poseían los humanos era tan inútilmente aprovechada, ya no le interesaba aprender más de ellos, le pidió al viento que la llevara lejos y la devolviera a la armonía y paz de  la naturaleza.

6 comentarios:

  1. De acuerdo, triste y bello. Que me lleven a mí también.

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  2. Me encanta y siento ganas de irme con ella.Besos

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  3. Es un relato precioso. Es muy posible que Esperanza (esa flor, esa flor...) llegue a la conclusión de que, en el fondo, los humanos no somos tan inteligentes. Dejarse llevar, arrastrados por el viento, no me parece una mala opción, pero si la Esperanza se la lleva el viento, ya poco nos queda. ¿Merece la pena apostar por nosotros? No tengo ni idea, y cada vez menos. Demasiada mediocridad inunda la pantalla del televisor, la prensa diaria, los comentarios en las redes sociales. Entonces abro un libro (que fue árbol, quizás con alguna flor) y mi propia mediocridad queda compensada, aunque sea en parte, por lo que otros escribieron en circunstancias quizás peores. En fin, como alguien dijo una vez: cada vez que conozco más a los hombres quiero más a mi perro.

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    Respuestas
    1. No, la esperanza no puede llevársela el viento, ha de anidar siempre en nuestros corazones, porque de otra manera ¿qué nos quedaría?

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