lunes, 1 de enero de 2024

Deliciosos recuerdos


La comida de hoy me ha hecho rebobinar sesenta años atrás en mis recuerdos. Olores y sabores que me han trasladado a Benimantell cuando mi padre, algún día especial, nos llevaba al Casino a tomar el aperitivo a mis hermanos y a mí. Subíamos la escalera empinada hasta llegar al piso donde se encontraba el lugar mágico. Yo no llegaba a la alta barra, tenía que alejarme para poder observar los colores de las botellas del fondo y ver cómo el camarero trajinaba con las copas y el grifo desde el que salía ese líquido amarillo con espuma, que nivelaba con una pala. No recuerdo qué beberíamos los niños, probablemente sería la gaseosa de aquellos tiempos, o la naranjada: el orange crush. Lo que sí recuerdo son los platillos de riñones e hígado de cordero a la plancha, con perejil de adorno. Una auténtica delicia que nos disputábamos a codazos mis hermanos y yo blandiendo unos pequeños tenedores en nuestras manos, mientras el contenido de aquellos pequeños platos ovalados volaba sin resuello. Nosotros siempre discutíamos a ver por qué uno comía más que otro, discusión que siempre se solucionaba a tortas. Ahí se inició nuestro descubrimiento del plato. Hace años que ya no se encuentran esas vísceras del cordero y que además, no recomiendan los nutricionistas. Así que, aprovechando las ventas navideñas de lechazo castellano, he podido comprarlos en el mercado, cocinarlos como en casa y disfrutar con nostalgia de mis recuerdos familiares mientras los saboreaba.

Para mis hermanos Pepón y Eva que saben de qué hablo.


Gijón 1 de enero de 2024.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Ahora, antes y después




-Es duro acostumbrarse a no estar contigo como siempre.

-Es extraño no seguir compartiendo nuestras vidas.

-Es angustioso darme cuenta de que tú ya no eres tú, de qué estás, pero no estás.

-Es difícil dejar de llorar por los rincones.

-Es desgarrador escuchar tus palabras inconexas, no entenderlas y decirte: "no te preocupes, yo estoy aquí", como si sirviera  para algo.

-Es muy doloroso y contradictorio observar cómo te vas, aunque sé que ya te has ido.

-Es desesperanzador que no haya remedios ni medicinas para  la demencia.


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sábado, 23 de septiembre de 2023

Sin lograr acostumbrarte

La lenta muerte en vida de las personas con demencia  produce mucho dolor en quiénes compartimos la vida con ellos. La angustia  la  causa nuestra  impotencia al comprender que no podemos hacer nada frente a una enfermedad que borra la identidad y la historia en común, borra las palabras, los recuerdos y la vida. Los enfermos sólo conservan el aspecto  externo debilitado, en el mejor de los casos, aunque en los ojos y en la falta de estímulos sensoriales se adivina el vacío interior. Y piensas que él ya no es él, que se fue hace tiempo. Pero no encuentras consuelo, por mucho que lo racionalices. Y ahí sigues... en un duelo constante de vida sin vida. Y le tomas la mano, la acaricias y sigues llorando sin que se dé cuenta, sin poder hacer nada, y sin lograr acostumbrarte.

                   








sábado, 9 de septiembre de 2023

VARANASI/GIJÓN





 Me sigue sorprendiendo muchísimo el entusiasmo de las asturianas, así en femenino mayoritariamente. Sale un rayo de sol, se dejan lo que estuvieran haciendo y se lanzan a la calle como si no hubiera un mañana. No les gusta el encierro y al parecer todo lo importante está en la calle, y ahora, con esta temperatura, en el mar. Les da igual que suba la marea, ya les empujará hasta la rampa o la escalera donde han dejado sus pertenencias. Saben hacerlo. El paseo del Muro de Gijón me recuerda el río sagrado de los hindúes. El Cantábrico es el Ganges y el baño, purificador y sagrado. Las miro embelesada y cada día me gusta más esta ciudad tan lanzada que se sacude los miedos, penas o tristeza que le embarguen y sale a rejuvenecerse cada día. Llueva o haga sol. Sea verano o invierno.

domingo, 20 de agosto de 2023

Un trozo de cielo

Nos había tocado el primer premio. Esther y sus amigas estarían en Mallorca y  mi familia y yo en su casa de La Castañal. No nos conocíamos de nada y este tipo de trueque sin complicidad a veces depara sorpresas. Para mí ha sido un gran descubrimiento humano.


Robles,  castaños y alisos nos dan la bienvenida tras el cartel que anuncia el camino hacia la aldea y forman un bosque mágico que te acompaña mientras vas subiendo hacia ella. Sus copas se transforman en un túnel verde que obliga a bailar a los rayos del sol entre sus ramas buscando huequitos para brillar. Y a nosotros a entrecerrar los ojos deslumbrados por tanto salto. Fantaseas con que  estás viajando hacia otro mundo y que desconoces sus normas. Otras veces, la niebla forma una masa espesa de cemento que nos aísla e impide que cualquier objeto aéreo pueda atravesarla.


Esther, mi anfitriona, cuida de las personas que quiere, de su perrita Loa y de su huerto con auténtica dedicación,  como quien no quiere la cosa, despacio, sin grandes gestos y sin levantar la voz. Despacito. Como si no le costara esfuerzo. Es una persona tranquila, que te escucha siempre, al tiempo que te incita a sacar tu propia voz y que expreses tu opinión.  No es amiga de falsedades. Madre, peluquera, panadera, tras una tremenda caída en la montaña, dejó de trabajar. Es una persona singular como lo son todos los habitantes de esta comunidad con su trabajo colectivo, sus huertos, abejas, gallinas y caballos. Con el horno de África que inunda de aromas a panes de semillas, galletas y rosquillas de anís todos los rincones de la aldea. Son músicos, ceramistas, estudiosos, científicos e investigadores, carpinteros, artesanos, constructores, trabajadores vía  internet, cantan o tocan instrumentos, practican yoga, o bailan juntas todos los jueves al atardecer en el espacio comunal. Son madres, hijas y abuelas. Se esfuerzan por el bien común, se sienten tejidas a una comunidad que decide su destino y que prefiere tener "praos" a las puertas de sus casas y árboles a asfalto y prefiere no tener alumbrado público para poder ver todas las estrellas al anochecer. Y te das cuenta de que la fantasía se hace realidad y de que otro imaginable mundo es posible.



Aquí te cuidan y te curas.

Aquí descansas. 

Aquí eres compañera.

Aquí eres amiga.

Aquí eres mejor persona.


La Castañal, agosto 2023







lunes, 14 de agosto de 2023

La residencia

 El tiempo se para al cruzar la puerta del geriátrico y dejar la vida atrás. Loren siempre me saluda tras los cristales cuando me ve llegar. Agita los brazos como un niño pequeño. Su sonrisa me ensancha el alma. Empujo la silla de ruedas y lo saco afuera, al aire, al jardín,  para escuchar el viento y los pájaros que viven en el frondoso avellano. Se caen las manzanitas y las ciruelas, que yo a veces recojo. Él ya no escucha nada. Le repito muchas veces que no se puede levantar de la silla, que tiene una fractura de cadera y que ha de reposar. No para. Le molesta el cinturón con el que permanece atado a la maldita silla que es al mismo tiempo su curación. Le canto las canciones que le canto al pequeño Nil y las reconoce y se sonríe y yo lloro por dentro y  el tiempo no avanza.

    Agosto 2023 Noreña, Asturies




jueves, 17 de febrero de 2022

Los tejidos que habitamos

Tejo, me equivoco, rectifico, vuelvo a hacerlo y  me imagino que las lanas son raíces que me fijan a la tierra para que nadie pueda moverme. Las hebras me ayudan a ello como filamentos pegajosos y adherentes. Es la urdimbre de la araña constante, que va trenzando unos pensamientos mientras aparta otros para alejarlos y que no  la obsesionen. Paso el hilo  sobre la aguja, lo cruzo y la vida pasa más lenta. La música del roce que produce me acompaña sin palabras, me  da sosiego y paz. Cuento y descuento puntos, calados, vueltas, pasadas y menguados. Y ya no puedo parar, la mecánica constante me lleva de manera automática, mis dedos bailan y se deslizan sobre las tubulares como si me fuera en ello la vida y me quedara muy poco tiempo. La realidad se equilibra y se ordena: las imágenes oscuras que me atormentaban desaparecen,  se deshacen en pequeñas partículas de colores. Es un juego, un juego como la misma vida: hilar, urdir, contar, trenzar, entrelazar.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Al cañaveral espeso

    

Se levanta sigilosa, camina de puntillas sin hacer apenas ruido y va hacia la cocina a preparar el café. Le gusta desayunar en silencio, pero enseguida aparece él, feliz y contento de verla, la abraza como si hiciera mucho tiempo que no se ven. Lleva rato esperando que se levante para empezar así su día. Necesita que se lo verbalicen, se lo ordenen y se lo expliquen. Da lo mismo que cada jornada sea igual o parecida a la anterior. El caos en su mente  aparece cuando menos se espera. 
     La pareja está sola. Sus hijos tienen sus propias familias. Ella le informa de que pronto será Navidad y que hoy van a poner el árbol con sus adornos. Su mirada ausente no revela entusiasmo ni motivación alguna. 
     –Venga, que me vas a ayudar –le dice. 
     Desde que se inició el deterioro cognitivo, este ha ido en aumento. A veces, la sorprende explicándole a su manera que hay otra persona desconocida, dentro de él. Se da cuenta de todo lo que pierde y de que él ya no es él. No sabe en qué día se encuentra. Le cuesta mucho leer y escribir. No maneja el teléfono ni sabe usar ningún mando. La necesita para todo, se siente inseguro sin ella. 
     La mujer canta pequeñas estrofas de villancicos tradicionales archiconocidos para que él continúe con la palabra que falta. 
     –Arre borriquito, vamos a… 
     –A comer. 
     –¡Que no. A comer no! A Belén. 
     Le corrige, le dice que se lo inventa y que lo hace a propósito y se ríen ambos de sus tontadas. 
     No se acuerda. Y ella prosigue imparable como si fuera una encantadora que pudiera traer de vuelta sus recuerdos con la magia de las canciones. 
     Las palabras se fueron hace más de un año, volaron, se esfumaron de su mente como si esta hubiera dejado las ventanas abiertas para que escapasen. Y con ellas desaparecieron las frases y oraciones. 
     La mujer continúa cantando mientras carga las cajas de adornos del armario del pasillo hasta el árbol del salón:
     A Belén, pastores, a Belén… 
     –Borricos. 
     –¡Borricos no! ¡Chiquillos! –Le regaña como si fuera uno de ellos. 
     Que ha nacido el… 
     Pero él es un señor mayor, no es un niño y, a veces, lo trata como si lo fuera. Y eso la deprime, prefiere no pensarlo y seguir con sus cantinelas, que no son mágicas, pero  le ayudan a afrontar el vacío de sus repetitivas vidas sin palabras. Sin palabras no, las de ellas son constantes, pero solitarias, no encuentran compañeras ni contrincantes. Y está cansada de oírse, la verdad, porque conoce de memoria su discurso de falso optimismo. 
     –Ve al armario a ver qué encuentras por ahí que nos pueda servir –le dice mientras continúa cantando, al tiempo que cuelga estrellas y bolas brillantes de las ramas. 
     Al rato, un runrún ronco y ensordecedor retumba por la casa. Es el inconfundible sonido de la zambomba, que ha debido de rescatar el marido del fondo de despropósitos, que se refugian en el último estante. Ese bramido monótono, fuerte y seco apenas permite oír la voz de él que, rejuvenecida, lleva el ritmo y canta:
 
    “Al cañaveral espeso
    de la orillita del mar, 
    para hacer una zambomba
    una caña fui a cortar,
    que esta noche es Nochebuena
    y tenemos que cantar..."

     Y ella, atónita y ojiplática, se dispone a creer, para siempre, en la magia.



lunes, 22 de noviembre de 2021

AMORES DESEQUILIBRADOS

 




«Pito, pito, gorgorito…»

Me levanto despacio, sin apenas ruido, y ahí está él, aguardando para desearme un buen día y preguntarme cualquier cosa intrascendente. Se siente perdido si yo no estoy. No maneja el teléfono y leer le cuesta mucho. No coge el ascensor ni va a tirar la basura. Las pequeñas tareas, ahora, le resultan obstáculos insalvables. Las palabras no le salen, pero me explica que lleva mucho tiempo despierto. Siempre le contesto que se duerme demasiado pronto en el sillón.  Le doy un beso y empiezo una cantinela o una rima para que la complete con la palabra que omito: «Estaba la pájara…, sentadita en el verde…, con el pico picaba…»

«Dónde vas tú tan bonito...»

Voy hacia la cocina. Me sigue. Continúo con mis retahílas imparables más antiguas que la Tana. Se viene detrás a preparar su desayuno a mi lado, en mi compañía, y me pregunto por qué no lo hará antes, mientras yo duermo. No. Me espera y así el ruido que organiza se convierte en mi banda sonora matutina. Empezamos bien el día. Ya sé que se siente inseguro. Por la mañana no soy la alegría de la huerta ni la compañía más cariñosa, aunque me río por los dos, de él y de mí, de mis cantinelas, a las que me agarro como si fueran pócimas mágicas, pero que no solucionan nada. Solo taladran el silencio.

Pienso que poca gente habla de las enfermedades mentales, están mal vistas socialmente, avergüenzan y se ocultan. Es un gran error. Hay que sacarlas a la luz, reivindicar que nos ofrezcan ayuda. No los neurólogos, que en definitiva te vienen a decir que no hay fármaco que cure el Alzheimer, sino la sanidad pública, que proporcione terapias y cuidados, que nos apoye.

Vuelvo a mis rimas de toda la vida para que ejercite su memoria, intento que la enfermedad no avance a pasos de gigante.

Necesita que le organice el día, que se lo verbalice. Como si no hiciéramos siempre lo mismo o casi parecido. Crear rutinas es lo más importante. Día tras día.

«A la era, verdadera...»

A la era, después de su siesta, por la tarde, cuando me pide ayuda para las tareas: lectura en voz alta, sopa de letras, autodefinidos o simples pasatiempos que no hace si no me pongo yo con él.

Al momento me distraigo un poco y empiezo a cantar, él me sigue, lo hacemos juntos y nos reímos. Siempre he creído en los beneficios de la risoterapia.

Luego lee en voz alta, le corrijo las palabras mal dichas. Me canso. Necesito estar sola y escribir. Inventarme otras vidas. Soñaba con una jubilación tranquila, con tiempo para nosotros. Poder envejecer dignamente, cuidar de las nietas, viajar, leer. Todo se ha venido abajo. A veces fabulo con que vuelvo ansiosa al tabaco y que me despido diciendo que voy a la esquina a comprarlo, que no me queda… Y ya no regreso jamás. No fumo. Me esfumo. Esa puesta en escena, de tan repetida en mi imaginación, me resulta cómica. Luego ya me ocuparía de llamar a mis hijos y de decirles que estoy en una isla desierta, que no me busquen. Y me río sola de pensar en el careto que se les pondría.

Sé que el deterioro cognitivo es imparable y la cariñoterapia no es suficiente.

«Pim, pam, pum, fuera...»

Me pregunta cien veces por el nombre de sus hijos. Yo le respondo otras cien, sin descanso. No sé si estoy preparada para lo que se me avecina, sobre todo porque no controlo esta nueva situación. Aprendemos día a día con la sencilla regla de si esto funciona, va bien. Prueba y error.

 Se despierta por la noche y está desorientado. Viene a buscarme con cualquier excusa, me llama, me levanto. Enciende las luces, se mete en otras habitaciones o se hace pis en el pasillo porque no encuentra el baño, que lo tiene justo al lado. La pasada noche limpiaba con papel el suelo del descansillo. Le he acompañado de vuelta a la cama y he apagado las luces. Cuando le pregunto, no recuerda qué ha pasado. Se le ha escapado como se le escapa la mente de manera involuntaria. Se va volando y se queda triste, sin entender nada. Es otra persona.

Con la fiebre, el deterioro se agrava y sufre alucinaciones; habla a seres imaginarios y cree, en serio, que atentan contra él. Cuando estuvo ingresado en el hospital, tuvieron que intervenir los vigilantes de seguridad cada vez que le iban a hacer alguna prueba y no se dejaba. Él, después, agradecía muy amablemente a la escolta que lo había acompañado hasta la habitación, les daba la mano y les pedía disculpas. Parecía el presidente de alguna república bananera, en pijama azul Insalud, con tanto saludo. Yo, atónita, escuchaba a la enfermera que me contaba cómo se había negado a colaborar con la prueba requerida. Lo tuvieron que atar a la cama por las noches, porque saludaba educadamente a la enfermera de turno y cuando su cabeza aleteaba, salía de la habitación y se marchaba como un pajarito.

Luego, me narraba, de aquellas maneras, una auténtica película de acción donde los malos, siempre de uniforme sanitario, le perseguían y le querían hacer algo terrible, como sacarle sangre o un TAC o una radiografía, pero él se defendía a patadas y codazos. No se quedaba atrás para nada. ¡Qué se habían pensado! Los peores de todos, según él, eran los celadores, que lo llevaban en la silla de ruedas a toda velocidad y lo querían sacar de allí para secuestrarlo. Y yo me río siempre, siempre que puedo.

Ahora el que fabula constantemente es él, y sin mi permiso. Tendré que escribir todos sus cuentos y su imaginario, que ya es mío.

De todas maneras, cada día es un buen día.

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Este cuento es para todas aquellas mujeres invisibles, compañeras y cuidadoras, abuelas y madres, que no tienen una habitación propia, porque dedican todo su empeño a crear un mundo mejor.

 

miércoles, 31 de marzo de 2021

Asturies 2. Nietas.

 


Aún no documenteme suficiente sobre el tema del bebercio alcohólico y  acerca de escanciar los culines de sidrina, así que charlaremos de otras curiosidades. Hoy por fin, compreme un chubasquero, que se dice igual aquí que en todas partes, para el orbayu, ese chirimiri que anda desde buena mañana dando morcilla y no precisamente asturiana. Justo, en este preciso momento, se cuecen unas lentejas con chorizo de proximidad, que da gloria el ambiente y aroma que crean en esta desangelada casa. Caminamos cada día por la senda costera del Cervigón, que a mí prestame la vida y mirar el mar me ensancha el horizonte o el alma, que una ya no sabe qué tiene. Como con Loren hablo poco, me dedico a las tiendas y me compro lo que necesito, en este caso, un chubasquero y le doy palique a la vendedora, que siempre están más que dispuestas a la cháchara. Me cuentan que como el ambiente es tan tristón por el tiempo que hace, mayormente gris, ellas lo alegran con su simpatía, para equilibrar un poco, vaya. Menos mal que los dislates de Loren los convertimos en chiste y nos reímos. Hoy en el paseo me dice que le duele la rodilla inglesa, todo serio, y yo: ¿Qué dices? –alarmada–. Que sí, mujer, la rodilla derecha y la inglesa. Al final nos reímos ambos de sus ocurrencias o cambios de palabras. Porque préstamos lingüísticos no son. Me deja pensativa con esto de las permutas del idioma, las alteraciones lingüísticas y el deterioro cognitivo y al rato me comenta, de nuevo, mientras seguimos caminando por la senda, que las mujeres libias que ve son muy guapas y deportistas. A mí ya se me ponen los ojos a cuadros y los pelos de punta, miro alrededor y le contesto: pues yo no veo ninguna. Como si supiera diferenciarlas si pasaran a mi lado. No atino tanto con las personas y menos, embozadas como vamos todas. ¿No querrás decir asiáticas o de Oriente próximo? –Le replico–, aunque yo tampoco las veo. Me doy cuenta de que duda y ya la hemos liado. Al final, las señoras que dice, ahora de rasgos venezolanos, deduzco que eran latinas y si son tan guapas y deportistas, como él afirma, es porque deben ser las mujeres de los paisanus, que como han corrido tanto mundo, casáronse y formaron matrimonios mixtos. De esta manera concluyo la discusión surrealista sobre el tema para no estirarlo y preocuparnos más de la cuenta. Y así seguimos, inventando historias para configurar y entender el mundo que creemos que nos rodea. Besines.

Gijón/Xixón